Por Lucía Ocaña
Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad San Ignacio de Loyola. Bachelor of Business Administration por la University of South Florida. Estancia de intercambio académico en la Myongji University de Corea del Sur. Educadora. Voluntaria en diversos proyectos sociales, promotora de los derechos humanos, el pensamiento crítico y la filosofía personalista.
Vivimos épocas desafiantes. Pandemia, crisis económica, y ahora un panorama político en el que nuestra misma democracia está en juego. Todo esto, en un contexto de polarización política que, por varios años, viene impactando la situación de nuestro país y el mundo. Parece que es cada vez más difícil encontrar puntos de consenso o siquiera llevar una discusión alturada entre personas de diferentes lados del espectro político. Estamos sumidos en una enorme “batalla cultural”, cuyo escenario es nuestra ya enrevesada realidad. Pero, ¿qué significa este término exactamente? ¿Y cómo comprender este fenómeno de tal forma en que tengamos una mayor capacidad de sobreponernos a los problemas actuales?
En primer lugar, es necesario comprender que la “batalla cultural” de nuestros tiempos es, más allá de un mero debate político, un conflicto para determinar los valores y convicciones de nuestra sociedad. En este contexto, se discute – a veces de manera impetuosa – una serie de posturas políticas, económicas, culturales y hasta filosóficas, sobre la visión contemporánea del mundo.
Se trata de un combate de ideas, que se encuentra en pleno desarrollo en los diversos espacios públicos: desde las redes sociales, hasta las universidades y los organismos internacionales. Y, ¿por qué son tan importantes las ideas? Pues, porque las ideas moldean nuestra cultura. Y la cultura impacta directamente en cómo decidimos solucionar los problemas de nuestra sociedad. Asimismo, estas decisiones definen los valores de nuestra época y nuestras expresiones culturales. Las ideas no son sólo ideas, sino que crean cultura, identidad y realidad. Son nuestra manera de entender y construir el mundo que queremos.
Es perfectamente comprensible, por lo tanto, que exista un conflicto sobre las ideas, ya que las visiones del mundo ideal son sumamente variadas. Esto, más aún, en una era caracterizada por el relativismo, en la cual las verdades absolutas no existen y el límite entre lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, queda cada vez más difuso.
Frente a este contexto, en el que se debate nuestra misma visión de la realidad, es fundamental ejercer nuestra responsabilidad participando en la creación de un mundo mejor, a través de la búsqueda razonada de la verdad y del bien común.
Participar en la “batalla cultural”, por lo tanto, nos exige firmeza en defender nuestros principios, claridad para exponer y fundamentar nuestras ideas, y creatividad para buscar soluciones a los problemas que nos aquejan a todos, tanto a los que coinciden como a los que discrepan con uno.
Participar en la “batalla cultural” no debe limitarse a adoptar una identidad en base a nuestras preferencias políticas e identificar un enemigo al cual oponerse. Esa postura resulta insuficiente y poco fructífera. Más aún, puede alimentar la polarización y minar las posibilidades de diálogo, colocando las etiquetas políticas antes que el propio individuo y sus características particulares. Es imprescindible recordar que cada uno de nosotros es mucho más complejo que una simple etiqueta política o identitaria. Si caemos en el tribalismo o en una postura meramente reaccionaria, va a ser muy difícil desarrollar una campaña exitosa en la “batalla cultural”.
Entonces, ¿cómo participar en el combate de las ideas en el Perú de hoy? ¿Cuál debe ser nuestra estrategia para construir el Perú que queremos? Creo que lo más importante en la circunstancia crítica que vivimos, es definir nuestra principal batalla. Y esta es, indudablemente, la defensa de nuestra democracia. Frente a ello, es nuestra responsabilidad rechazar toda ideología que atente contra nuestros valores democráticos y derechos fundamentales.
Además, es indispensable ser estratégicos para saber leer la coyuntura. Hoy, la herramienta del diálogo es vital para establecer alianzas entre las fuerzas democráticas, frente a una amenaza mayor. Para esto, es fundamental entender que dialogar no significa en absoluto la renuncia a los principios que uno defiende. Esto sería un craso error. Dialogar, es mantener y defender firmemente nuestros principios, y a la vez compartir nuestras ideas con personas que no coinciden de forma absoluta con nosotros, pero que tienen la voluntad de comprender otras posturas, buscar la verdad y encontrar soluciones a problemas comunes, como lo son la defensa de nuestra democracia y el Estado de derecho. Construir puentes y mantener la unidad es crucial.
Por supuesto, el diálogo también requiere que tengamos la lucidez para detectar con quién se puede y con quién no se puede dialogar. Por ejemplo, si buscamos entablar un diálogo sobre qué medidas adoptar para salvaguardar la democracia en nuestro país, pero lo intentamos hacer con alguien que no comparte nuestro deseo ni respeto por los valores democráticos, nuestra iniciativa sería absolutamente contraproducente e inútil. Un diálogo sólo existe si hay voluntad sincera de ambas partes. Así como hay que ser prudentes para buscar el diálogo, también hay que ser realistas para identificar con qué actores es esto posible, y con cuáles no se puede ceder ni un milímetro.
Este es el gran desafío para las fuerzas democráticas en el Perú, hoy. Frente a la amenaza de un proyecto autoritario por parte del gobierno actual, que se basa en una ideología destructiva de lucha de clases, nuestro país necesita que todos lo defendamos y estemos a la altura de las circunstancias, participando de forma responsable e inteligente en el combate de las ideas, para construir un país con paz, unión y democracia. Este debe ser nuestro compromiso en el año del bicentenario de nuestra independencia.
