Por Mgtr. Gloria Huarcaya Rentería
Profesora investigadora del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad de Piura – UDEP (Perú). Máster en Matrimonio y Familia por la Universidad de Navarra. Licenciada en Comunicación por la UDEP. Ha escrito diversos artículos académicos y participado en publicaciones científicas para, entre otros, el Journal of Family Issues, el Journal of Family and Economic Issues, Family and Society, el World Family Map, el Mercurio Peruano. Sus líneas de investigación abarcan estudios sobre la familia, estructura familiar y el género.
En el Día Internacional de la Mujer la atención suele focalizarse en las desigualdades y violencia que atentan contra su dignidad; sin embargo, poco se dice sobre sus reales posibilidades y su aporte específico a la vida social.
A pesar de sus capacidades y de que destacan en todos los campos profesionales, muchas mujeres abandonan el mercado laboral cuando les resulta imposible conciliar una rígida jornada de trabajo con su genuino deseo de cuidar: a sus hijos, familiares enfermos o adultos mayores. Luego, arrastran la culpa por haber descuidado su carrera, o dejan de sentirse plenas porque decidieron priorizar su profesión.
Por diferentes circunstancias he podido entrevistar a madres de familia, con estudios superiores y experiencia profesional valiosa que privilegiaron la maternidad. Hicieron una pausa en su desarrollo profesional para dedicarse a las labores domésticas y de cuidado de niños. Sus hijos han crecido, desean volver a trabajar, y de pronto se encuentran desconcertadas ante las pocas posibilidades de reinsertarse en el mundo laboral.
No buscan un trabajo espectacular, ni una carrera galopante y menos un sueldo exorbitante. Estas ingenieras, contadoras, profesoras, muchas veces con un MBA bajo el brazo, anhelan encontrar un trabajo con flexibilidad de horario, una labor que no sea extenuante y que les permita seguir ejerciendo con responsabilidad sus labores de madres y esposas.
Resulta paradójico que, en un país con serias dificultades para forjar capital humano cualificado, las empresas no ofrezcan a estas mujeres mayores alternativas que un rígido horario de 40-48 horas (siempre en oficina), que junto a los traslados pueden sumar 50-60 horas por semana. La pandemia nos demostró que el teletrabajo puede ser tan productivo como el trabajo presencial, pero son pocas las empresas que han decidido mantener esta opción o implementar las jornadas híbridas.
Si bien el equilibrio trabajo-familia es una conquista personal en primer orden, ya es hora de que las empresas se planteen con seriedad una serie de políticas para facilitarla: jornadas reducidas con su correspondiente pago proporcional, banco de horas (poder acumular horas para luego usarlas con otros fines), gerencias compartidas, horario flexible, teletrabajo (desde casa), y por supuesto un respeto prudente del espacio familiar. Sin duda, mucho talento femenino podría ser aprovechado y las madres mejorarían sus ingresos familiares.
Es una pérdida para todos que el trabajo de cuidar a las personas vulnerables y el servicio doméstico gocen de poco prestigio social y escaso reconocimiento económico, que no exista mayor flexibilidad laboral (desde jornadas reducidas hasta permisos específicos), o subsidios públicos para estas labores, que permitan a mujeres -y también a los varones- hacerse más corresponsables de la vida en común y del exigente desafío que significa sacar adelante una familia.
Sin embargo, dedicarse al hogar no es ni de lejos una limitación; y, en el caso de muchas mujeres, resulta la opción más reconfortante. La vida del hogar y, fundamentalmente, la maternidad, permiten transformar esas disposiciones afectivas –propias de la mujer– en virtudes ejemplares, alcanzando altos niveles de perfección, que podrán transmitir a las nuevas generaciones.
Una promoción auténtica de la mujer no consiste en la “liberación” del hogar, en huir de las escobas como corderos espantados por lobos, como Betty Fridan y las feministas de antaño proclamaban; tampoco en renegar de las labores domésticas, sino en ayudar a las mujeres y los varones a forjar una verdadera igualdad de oportunidades. Así como los hogares tienen sed de padre, el ámbito público tiene hambre del aporte femenino, pero este no éste no encontrará un cauce pleno, sino se ofrecen a las mujeres vías alternativas al trabajo profesional, que no excluyan su vocación al cuidado.
Si hoy se combate la antigua presión social que excluía a las mujeres de muchas profesiones, ¿por qué se teme proceder en contra de la presión actual, mucho más sutil, que engaña a las mujeres y trata de convencerlas de que solo fuera de sus casas podrán auto realizarse?, ¿quién dijo que el éxito solo se refleja en una cuenta bancaria?, ¿por qué valoramos más las posesiones -materiales- que una vida equilibrada con vínculos familiares bien sólidos?
El sacrificio, la donación, el servicio no significan pérdida de libertad. El trabajo doméstico que realizan las mujeres, y cada vez más varones, en las familias es un canal de gran calidad para expresar el amor, esa cualidad humana que nos distingue del resto de especies. Y contrario a lo que se piense, exige altos niveles de profesionalidad (responsabilidad, creatividad, eficiencia), es una labor con efecto “humanizador”, que repercute directamente en la armonía y economía familiares.
Como bien anota Isabel Sánchez, en su libro “Mujeres brújula en un bosque de retos” (2020), la tarea de cuidar a los demás implica gran demanda de fuerza física, emocional, conocimientos y habilidades, y una gran dosis de ternura. “Para cuidar y curar se requiere una fortaleza extraordinaria”. No es una tarea de mujeres ni de varones débiles. Tampoco es una tarea solo de mujeres, aunque el que haya más mujeres haciendo esta labor es un indicador de que su naturaleza está dispuesta, que está preparada para cuidar de la vida.
Felicidades a todas las mujeres cuidadoras por su gran coraje: a las madres de familia por su extraordinaria labor, a las amas de casa y trabajadoras domésticas por su ayuda “silenciosa”, a todas las que se dedican profesionalmente a cuidar de otros, como las enfermeras, doctoras y maestras.
Las mujeres saben cuidar, pero no pueden ni deben hacerlo solas. Necesitan también ser cuidadas y protegidas. Demandan ser reconocidas socialmente por este noble servicio; y de parte de su familia requieren contención emocional para expresar sus necesidades y anhelos, compartir sus sentimientos, pedir ayuda, descansar, para cuidar su cuerpo y nutrir su alma. Ayudará también reconocer los gestos de amor y lealtad -más allá de las palabras- de su cónyuge y los varones que la sostienen. Que esta fecha sea un recordatorio de la gratitud que debemos quienes nos ayudan a crecer de manera más humana y solidaria.
